martes, diciembre 04, 2007

Literatura Infantil en América: Visión Continental.




La literatura infantil en nuestro continente parte de la oralidad, de los juegos de palabras: retahílas, canciones, trabalenguas, adivinanzas, donde lo lúdico acompaña a lo literario.
El folclore fue nuestra primera literatura infantil, nuestros indígenas realizaban sus producciones literarias y cual juglares las recitaban a lo largo de todo el continente.
A este acervo folclórico se debe añadir la cuentística tradicional: los mitos y leyendas con los cuales nuestros indígenas (de las distintas etnias desplegadas en todos nuestros países) explicaban los orígenes del hombre, la tierra, el agua, el sol, etc.



La oralidad va a estar acompañada a partir del siglo XVI cuando se introduce la imprenta en América. El libro nace en el continente como un auxiliar pedagógico para la enseñanza de la religión, del abecedario y como recreación moralizante, a través de las fábulas de Iriarte y Samaniego, así como de otros autores hispanos.
Surgieron excepciones al didactismo a mediados del siglo XIX con la obra del escritor colombiano Rafael Pombo: Comenzó traduciendo poemas destinados a niños para la editorial Appleton de Nueva York, luego realizó su propia producción con: Cuentos pintados (1867) y Cuentos morales para niños formales (1869), ambas obras tuvieron gran difusión en Colombia y otros países suramericanos; hoy en día El Renacuajo Paseador se continúa leyendo en los textos escolares.
En el siglo XIX, específicamente entre julio y octubre de 1889, se editaron (en Nueva York) cuatro números de la revista La Edad de Oro del cubano José Martí, y fue a partir de 1905 cuando dicha publicación se difundió en diversos países.



La Edad de Oro fue un proyecto literario codicioso, en el cual Martí no pretendía “formar” las nuevas generaciones, sino, “transformar el modo de pensar y de obrar de los adultos”.Tal como señaló Martí en la contraportada de la revista:
(La publicación) “desea poner en las manos del niños de América un pintoresco libro que lo ocupe y regocije, le enseñe sin fatiga, le cuente en resumen pintoresco lo pasado y lo contemporáneo, le estimule a emplear por igual sus facultades mentales y físicas, a amar el sentimiento, a remplazar la poesía enfermiza y retórica que está aún en boga, con aquella otra sana y útil que nace del conocimiento del mundo” (Martí, 1905)



A inicios del siglo XX muchos de los escritores dividieron su obra, escribiendo tanto para niños como para adultos, Rubén Darío fue uno de estos escritores, entre su obra para niños cuenta la famosa Sonatina , Margarita, La copa de las hadas, Los regalos de Puck, Un soneto para Bebé, Balada de la bella niña del Brasil, entre otros.
En 1924 Gabriela Mistral publica Ternura, un poemario, el cual fue reeditado en 1945 siendo enriquecido con un “Colofón con cara de excusa”.
Para el año de 1916 Horacio Quiroga publica en la revista bonaerense Fray Mocho cuatro cuentos para niños; en noviembre de 1918 dichos cuentos junto a otros fueron editados bajo el título de Cuentos de la selva , que hoy en día son muy conocidos y leídos por infantes y adultos.
Monteiro Lobato va a enriquecer la literatura infantil de América, sin embargo en el próximo capítulo se analizarán su aportes a la literatura de su país natal: Brasil.



En Venezuela la literatura infantil comienza a abonar su propio terreno, gracias a las semillas esparcidas por Rafael Rivero Oramas quien populariza al personaje del Tío Nicolás: cuentacuentos popular transmitido por radio. Rivero Oramas funda las revistas para niños Onza, Tigre y León (1938) y Tricolor (1949), además publica las Aventuras de Tío Conejo (1935), El mundo de Tío Conejo (1973) y la novela juvenil La Danta Blanca (1965). Otra de las voces venezolanas que hace eco en el continente es la del poeta Aquiles Nazoa, quien no escribió de manera expresa para el público infantil, sin embargo, su gracia y expresión han permitido llevar su obra a los más chicos Buen día tortuguita, La avispa ahogada, Historia de un caballo que era bien bonito y La ratoncita presumida, son sólo algunos de sus textos flexibles para grandes y no tan grandes.



Para la década de 1950 aparecen en América obras de gran calidad como lo son ¡Canta Pirulero! (1950) del venezolano Manuel Felipe Rugeles, en Cuba se edita el cuaderno “Cuentos de todas las noches” (1950) de Emilio Bocardí Moreau, aparece la primera edición de Paco Yanque del peruano César Vallejo. En Argentina en la década del 60 María Elena Walsh comienza a escribir poemas para niños, los cuales luego convierte en canciones como es el caso de: Juancito volada y La vaca estudiosa, además publica los poemarios El reino al revés (1963) y Zooloco (1965). Por su parte en Cuba, Onelio Jorge Cardozo, escribe los relatos La lechuza ambiciosa, El canto de la cigarra, y Caballito blanco, entre otros, en 1984 publica la novela Negrita.
A partir de los años 70, surgen en todo el continente los autores infantiles que permanecerán en la palestra hasta nuestros días, como lo son: los brasileños Ruth Rocha, Ana María Machado, Bartolomeu Campos Queirós, Marina Colasanti y Lygia Bojunga Nunes.



En Argentina alzan su voz Elsa Bornermann, Ema Walsh, Gustavo Roldán y Graciela Cabal; Jairo Aníbal Niño, Triunfo Arciniegas e Ivar Da Coll en Colombia; Orlando Araujo y Armando José Sequera en Venezuela, Gilberto Rendón Ortiz en México, Rocío Sanz en Costa Rica; María López Vigil en Nicaragua, sólo por citar algunos.
Es que nuestro continente con sus distintas visiones permite que la literatura infantil viaje de un extremo a otro, propagándose cual epidemia, donde nuestras raíces mestizas han sido abonadas con distintos fertilizantes , pero con una sola visión; la visión continental de la literatura infantil.